jueves, 27 de enero de 2011

NANA DE FREDDY KRUGGER

   "Duérmete, duerme
      alma serena.
      Fotografías
      de mi entrepierna
      en tu cabeza
      se te revelan."
      En el jardín
      crece maleza.
      Corro de niños
      sobre la acera.
      Cantan canciones
      ante su puerta:
      - ¿Quién en la casa
      mora o se hospeda?.
      Una pequeña
      da la respuesta:
      -El del sombrero
      que nos molesta.
      Coge su guante,
      está en la mesa.
      Sin sus cuchillas
      pierde fiereza.
      Somos pequeños
      y nos aterra
      entrar adentro.
      -¡Corred!, ¡se acerca!.
      Huyen los niños
      y en mi torpeza
      quedo enganchado
      contra la cerca.
      Pero despierto
      sobre la arena
      en una playa
      blanca y desierta.
      "Sigue soñando,
      esto no cesa.
      Un cementerio
      es tu cabeza."
      Entre las olas
      surca una aleta,
      cinco navajas
      como peinetas
      que entre los dedos
      se balancean.
      "Sigue soñando,
      con tu pereza
      cocino pizzas
      de almas en pena.
      Mis quemaduras
      son como muescas,
      por mis pecados
      me fueron puestas.
      En mis dominios
      ya no hay respuestas.
      Pierdo mi reino
      si te desvelas.
      Sigue soñando,
      tú me la pelas."
     
     

EN ALGÚN PUNTO DE TEXAS

Todo el día de un lado para otro,
de un lado para otro...
Nunca me gustó el calor del desierto
que vuelve las cabezas.
Toda la mañana y toda la tarde.
Es hora de volver.
El viejo Sam me alcanzó en el matadero.
- “¡Qué, muchacho!, ¿ te acerco?”.
Subí a la camioneta. –“¿Y esa sangre?”.
-“ Caí en la cuneta”.
-“¡Anda con cuidado ,hijo!. ¡Ten vista!”.
El motor arrancó.
-“¿Dónde anda tu hermano?. No lo veo”.
El viejo Sam me agrada.
Siempre me recoge en la carretera
cuando el día se acaba.
Me gusta tanto como las serpientes
de cascabel que atrapo,
como la tarta que hacía mamá,
como ir a pescar...
Y es entonces cuando pienso en la cena
y el sol tras las colinas
es del color de la piel de la chica
que vi por la mañana
en la gasolinera, con los otros,
los de la furgoneta.
¡Sucios veraneantes de ciudad!.
Se rieron de mí.
Juro por Dios que si los vuelvo a ver
se lo digo a mi hermano.
Pero el viejo Sam sabe conversar
y estoy muy bien con él.
No me llama idiota como los otros.
Y es bueno conduciendo.
-“¿Sabes, muchacho?. Corren tiempos duros.
Escasea el trabajo.
Tu abuelo acierta al decir que el vago
se hace, no se nace.
Era el mejor matarife de Texas.
Ponía el ojo y crac,
ya sabes. No paraba nunca quieto.
¿Entiendes lo que digo?.
No te quedes estancado, muchacho.
No seas vagabundo.
En el pueblo andan buscando gente,
en la carnicería.
No temas lo que digan los demás.
Piensa en tu abuelo, chico.”
Pienso en el abuelo y su pulso firme.
-“Me preocupa tu hermano.
Buen chico. Algo bruto, pero honrado.
Bueno y trabajador.”
El viejo Sam me dejó en el sendero.
Cuando habla, no para.
Pero yo no dejaba de pensar
en la cena y la chica
que olía a crema protectora
de la gasolinera,
que andaba con sus amigos estúpidos
viajando en furgoneta.
Y el estómago comenzó a rugir
y oí la motosierra
del tonto de mi hermano, tras la casa.
Y justo entonces vi
el vehículo blanco junto al porche,
las luces encendidas...
Con matrícula de sitio con pasta...
Y colgantes ridículos.
Y tuve un extraño presentimiento
cuando oí bufar al abuelo como
en tiempo de matanza.
Mi otro hermano apareció en la puerta.
-“¡Idiota, corre pronto!.
¡Ven a mirar en la nevera, vamos!.
¡Mira lo que nos trajo
nuestro imbécil hermano caracuero¡.”



EL ESTÚPIDO PROMETEO

Frankenstein contempla su rostro idiota
en la fuente del campus.
Su cabeza y su bolsa de deporte
contienen armamento
y un sanguinario y calculado plan
propio de un muerto andante
que es el monstruo de ...

Lleva cosido un atlas en su frente
de odio y soledad
por el que cruza una caravana
de camellos febriles
y un espejismo de región lunar
goteando de sus ojos,
los ojos del monstruo de...

No tiene nombre propio, es prestado.
Se le etiquetó
como a un bote de mayonesa boba
con los huevos podridos
y el laboratorio abrió sus puertas
liquidando existencias
hasta que salió él...

Ama en silencio a la animadora
del equipo de fútbol;
aquella que lo acompañó en el parque,
que le enseñó el pompón;
a la que empujó tan fuerte del columpio
que la hizo volar..
por encima del gimnasio.

Aquella noche vio desde el castillo
una hilera de antorchas
venir por el camino
pidiendo su cabeza.



MONÓLOGO DEL FALSO VLAD DRACUL

Cuando en el horizonte se derrame
una copa de vino
y os deslicéis cansados
como la espuma de su contenido,
hacia el gaznate de vuestra morada,
me temeréis.

Vuestro dios me condenó a la memoria
y desde entonces basta
un susurro en el bosque
para que sean robadas mis lágrimas
por la tierra que ansía mi cuerpo
sin conseguirlo.

Me apropiaré de vuestras mujeres,
serán pasto de lobos
vuestros hijos no natos,
porque están escritas en la superstición
del hombre mi victoria y mi derrota,
(y no lo saben).

Estúpidos aldeanos de ciudad.
Pensabais acaso
que la estaca y el ajo...
No... Mi hogar no está en cajas de tierra.

En la oscuridad de los templos mudos
me adoraréis.

          

CRONOS

Cronos habita dentro de mí cuando
ebrio, sobre mis vástagos descargo
nubes de papel para su letargo
de mazmorras negras que estoy cerrando.

Y en éste océano blanco, creando
voy sobre su espuma de mechón largo
con tesón y paciencia, y sin embargo
noto que algo se me está escapando.

En la noche las estrellas brillaban
como puertas de la muerte en el cielo.
Linternas que mi crimen delataban.

En estas horas de nocturno duelo
fríos, temblorosos, mis pies pisaban
entre mis hijos, rotos por el suelo.

                         

VOCES DEL HAMPA CREADORA

Me gusta escribir como el que mata,
oculto en una casa abandonada.

“Llueve en la calle, suenan las sirenas,
la policía te busca...”

-          Haré fuego con un trozo de saco.

“No es prudente, la humedad nos delata.
Salta en el aire cuando la percutes
como un grito de túmulo”.

-          Hay algo en la calle que no me gusta.
Una niebla amarilla que no cede,
y los coches que huyen en estampida
por un Oeste de sombras.

Mi último cadáver fue bonito.
Parecía dormir como el diamante
o como un cuchillo en el río
que bañaba mi infancia.
           

ROMANCE DE LAURA PALMER

Laura Palmer, Laura Palmer.
 Musa de los camioneros.
 Escándalo de las beatas.
 Reina de todos los renos.
 Pirómana enguantada
 que te escapas del pueblo
 para incendiar el monte
 de los leñadores recios.
 Vendiste tu cuerpo tierno
 para derrotar al miedo
 que en ti produce el rechazo,
 la soledad y los complejos.
 Pierdes el tiempo mirando
 tus pechos en el espejo,
 tus nalgas y tu cintura
 y tu trïangular sexo.
 La noche que te perdiste
 ibas colgada del pecho
 de un amante ocasional,
 como si fueras llavero
 o crucifijo de oro,
 o una pata de conejo.
 Después de varios canutos
 jarras de cerveza y besos,
 te metiste en un vagón
 abandonado y desierto.
 Y allí te tragó la noche.
 No tuvo piedad el viento
 cuando perdió por barrancos
 tus gritos y tus lamentos.
 El lado más inhumano,
 más salvaje y más perverso
 se te mostró como un búho
 con los plumajes de hierro
 que hizo trizas tu carne,
 tu juventud y tu deseo.
 Hoy bajo una cascada
 te encontraron sin remedio.
 Descansa mi Laura Palmer.
 Reina del musgo en el cielo.

ÚLTIMO SUSPIRO DEL EMPALADO

No poder crecer.

 Árboles huecos
 y sus ramas
 me lo impiden.

 Árboles secos,
 sin vida,
 árboles.

 La ciudad es un enorme bosque muerto.
 Yo: todo Uno con la estaca.

EL HOMBRE LOBO EN EL VERANO DE 1994

¿Este verano se funde a lo largo?
 me digo al ver mi cuerpo reflejado
 en el espejo pétreo de la alberca.
 Mi corazón de Hombre-lobo abierto
 se me llena de estrellas y alfileres,
 mi punzante constelación cardiaca;
 y río aliviado del calor del día,
 limpio mis llagas con agua de pozo
 y levanto el hocico olfateando.
 La luna que me quema no es la misma
 que la que me suministró locura
 cuando se me negó el don del sueño.
 Vivir sometido en un mismo traje,
 una dama de hierro colectiva,
 me aterra más de lo que soy: un perro.
 Los poetas somos los que no olvidamos
 cuando de noche bajamos sonámbulos
 deambulando por la ciudad vacía.
 Una ráfaga de música en polvo
 se dirige hacia mí como un fantasma
 y ella regresa sola de la fiesta.
 Oculto en el cañaveral del tiempo
 huelo la sangre joven confundido,
 la marea de los años me ahoga.
 Dispuesto a tronchar su cuello
 como una mala bestia
 buscando mi salvación diaria
 en su inmolación.

CANCIÓN DE LOS ZOMBIS BORRACHOS

 Día de difuntos.

 Mañana soleada
en la que todos estamos
un poco más muertos.

Día de difuntos.

Toda una jornada
para apurar los minutos
como los últimos.

Y al llegar la noche
todos bailando.
A la luz de la luna
huesos de santo.

martes, 18 de enero de 2011

EL DIABLO MONTÓ UN BAR.

  Lo tenía en ese mismo local que usted acaba de comprar. Era un tío fino, bajito, muy poca cosa; amanerado, maricón o como usted lo quiera llamar. Muy estrafalario. Siempre con esa chaquetilla sin mangas, como de pianista de saloon de las películas de pistoleros, con la cadena del reloj colgando del bolsillo, no sé a santo de qué. Y ese bigote de polvorilla, ¿qué más le daría afeitarse del todo?.

      Hace ya dos años de aquello. Vino por noviembre o así. Desde el principio, muy buenas palabritas, mucho hablar con las mujeres, los niños, con todos... “Éste es bujarrón”, dijeron en el bar del Clemente, su primera víctima. Lo invitaron a beber para reírse de él. A mí, desde un principio, no me gustó nada. De muy pocas palabras en compañía de otros hombres, halagador en demasía en la calle; de los que ven cómo las copas de los demás se van vaciando mientras la suya se mantiene llena. He visto tíos así antes y no me gustan nada.

      Como le decía, Clemente, el del bar, fue su primera víctima porque tuvo que cerrar en cuanto el marica montó el suyo. Todos los parroquianos pasaron al del nuevo. Era digno de admirar cómo cada vez quedábamos menos en lo de Clemente a la hora del dominó. Yo mismo estuve a punto de caer. Me pasé por allí dos noches pero al final me resistí a ir. “ ¡ Qué, Don Manuel!. ¡ Pásese por allí a tomarse una copita!. ¡Yo le invito!”, decía el bujarra. Y yo: “éste tío no me gusta nada”. Pero no le respondía. Pensaba que las mujeres irían a por él en cuantos sus maridos dejaran de pasar por casa y fueran a fundirse el sueldo al bar, pero me equivoqué. Era muy fino. Abrió una dependencia tras la barra, un cuartito, que acondicionó como perfumería o mercería y ya tenía a las mujeres comiendo de la mano. Que si un sujetador, que si una faja..., “ésta le hace a usted más delgada, señora Matilde”; y las tenía chorreando el coño. Tenía la deferencia de cerrar el bar dos horas al día, las de menos afluencia de público, para que las mujeres pudieran entrar sin sentirse incómodas ante la mirada de tanto macho junto. Todo risas y “ ¡qué diablo es usted, Don Jorge!”, y venga. Y los demás con los cuernos empinados pero, al llegar las ocho, todos a su bar, como si no hubiera otro en el mundo. Y era verdad. Ya no tenía competencia en el pueblo.

      Tenía también tarros de caramelos en la barra, para los niños. Éstos también se hicieron habituales del bar. Los primeros albums de cromos de fútbol de la temporada llegaban antes allí que a cualquier otro sitio, antes incluso que a la capital. No he visto otra cosa. Había niños, compañeros del colegio de los críos, que hacían traer a sus padres al pueblo para encontrar ese cromo de Kanouté que nunca sale y aquí salía. Y de paso se quedaban los padres. El único sitio donde vendían petardos, “en lo de Don Jorge”. Y los bollycaos del día, usted me dirá. Los niños no son gilipollas, ¿no?.

      Clemente estaba algo ido por aquellos días, claro. Bebía y eso... Bebía mucho desde que tuvo que cerrar. Yo creo que se bebió todo lo que no pudo vendernos y, una noche, vino con la escopeta de caza al bar del maricón, se colocó en la puerta y dijo: “¡sal!, ¡cabrón!, ¡que te voy a hacer un hombre!”. ¿ Ha visto usted alguna vez a Ángel Cristo domando a los leones?. Así hizo aquel tipo con el Clemente, que se deshizo en lloros. “Perdone usted, Don Jorge. No lo haré más”, decía entre sollozos. “ Nada hombre, no es nada. A la cama. Ya hablaré yo con este hombre que le he dicho para que le consiga trabajo”. Aquella misma noche, el Clemente se dio un tiro en la cabeza.

      Y pasaron los días. Y todos bebiendo en el bar. Muchos perdieron los trabajos. Y yo también caí, pocas veces pero caí. En una de las noches que estuve allí se me encendió la bombilla. Alguien dijo: “¿qué hora es, Don Jorge?”. Yo iba por la octava copa de coñac pero conservaba los reflejos y, como en un sueño, vi al hombrecillo sacar su reloj y contestar: “las doce”. Y lo vi. Estaba cerca. Me vi reflejado en la tapa metálica del reloj. Yo, el Ignacio, pero los dedos del tío no se reflejaban. “ ¡Déjeme ver ese reloj, Don Jorge!”, le dije. Al cogerlo vi como mis manos, mis dedos, yo, se reflejaban. “¿Qué es esta   decoración de la tapa?”, pregunté. El tipo volvió la tapa hacia si mismo y dijo: “¡oh!, ¡es un trebol  grabado que...¡”. No escuché más. Apuré el vaso, pagué y me fui. No sé qué pensó de mí, pero yo lo vi. ¡El tío no se reflejaba!.

      Fui a una curandera, bruja,... una loca de ésas. Bueno, bruja no. O al menos una bruja blanca, no negra. Ese tío debe follárselas a todas. Aquella era buena. Me dio un frasco con líquido y me dijo: “rocíalo sobre él recitando lo siguiente, yos nu otnot led oluc”.

      Llegué al bar a las cuatro de la tarde. Él estaba en el cuartito, en su salsa, entre bragas y chismorreos. Entré, le lancé el frasco y grité: “yos nu otnot led oluc”. En ese momento hubo una explosión y un grito, y cuando se disipó el humo, solo quedó del hombrecillo un montón de ceniza. Las mujeres corrían como gallinas... ¡vaya!, ¡ya viene mi hijo!. Tengo que ir a la ciudad. Me lleva a la revisión del hígado. Soy un afortunado. Los demás han muerto de cirrosis pero yo sigo en pie. ¡Ya voy Andrés!. Las mujeres todavía no me lo han perdonado. Y es que al que se enfrenta al Diablo no se le puede augurar nada bueno. Y al que toma copas en su bar, tampoco. ¿Sabe usted?.
   

     

martes, 4 de enero de 2011

LA SEQUÍA

Sentado en la choza

aguanto con una mano el cacharro

de cerámica, desesperanzado.


Ni la danza mágica,

ni los cantos ancestrales harán

brotar el jugo negro de las nubes.


Mi poblado muere.

Los dientes de los niños al caer

son dagas que me persiguen de noche;


Y el desierto ríe,

descubre su mandíbula de buitres

y cada día devora una choza.


Mi poder no es tal.

Os engañé. No soy un hechicero.

¡ Que el pulso más firme de entre vosotros

guíe un puñal hacia mi corazón

para que en el horizonte aparezca

la ansiada tormenta de la palabra !.


ROBARÉ EL TIEMPO

Robaré el tiempo

para que no lo encuentren

y sentado junto al mar

veré, quietas, las olas.

Ya nada me importará

y cuando me pregunten,

señalando al poniente,

no diré nada.


Sin movimiento.

Cielo gris y mar verde

sólo delimitados

por un segmento de luz,

desde el agua a las nubes.

Escalones dorados

van del cristal al mármol.

Nazco en la tarde.

EL TÉ, LA MUERTE, EL SOL VESPERTINO Y EL POETA

Se retaron el Té, el Sol y la Muerte.

Me nombraron juez en su justa abstracta

y no supe qué decir.


Observé la tarde a través del vaso,

entre vaivenes de sangre cobriza,

como un telón burbujeante.


La mano huesuda lanzó los dados,

el ojo celeste abandonó

y silbó el agua hirviendo.


-  ¿ Qué queréis que os diga  ?, respondí.

 Sólo quedamos el líquido y yo ,

contestó la calavera.


Y fue tan amplia su sonrisa

que sus dientes salieron disparados

y lucieron en el cielo.


Contemplé, triunfante, la bolsa fría

acurrucada en el fondo de vidrio

y dormí como un chamán.

CAMBIO DE ESTACIÓN

Sé distinguir los distintos fragmentos

que componen el puzzle de un año

y los colores de sus soldaduras

por las siluetas que transparentan.


Me detengo un instante

en el corcho que duerme en las entrañas

de esta muralla de gominolas

a la que damos el nombre de Tiempo,

como Hansel - sin - Gretel pero con hambre.


Me detengo aún más.


El cambio de estación es un bocado

caliente que recibo entre los hombros

y que junto a la caída de ojos

del sol de media tarde me reprocha:

 ¿ No me conoces ?  , ¡ Te amo !.

LA TERCERA ESTACIÓN

El arcoiris que forma la tarde

antes de desintegrarse

es como una televisión muerta.

El estaño fundido deja paso,

como en un orden pactado,

a las primeras luces enlatadas

que también serán las últimas.


Gatos de naturaleza cambiante

se filtran por la persiana

y miran con ojos amenazantes,

como si hubieran estado encerrados

en un infierno de siglos

o en una botella en el desierto

durante mil y una noches.


La tercera estación de la jornada

se va por el horizonte.

El enorme melocotón ardiente

se va apagando en su propio almíbar.

Me dedico a absorber

el líquido amniótico donde flotan

extraños cuerpos alados.

FIN

Revolotea triste el porvenir,

como una mariposa de alas grises

chocando con las paredes del cuarto.


Deja que tus textos se desintegren

o no vivas para poder contarlo

cuando los veas brillar en lo oscuro.


La epopeya de tu vida en silencio,

masticando la sombra agazapada

y tan incompleta y adolescente.


No se abrirán ventanas en el techo

para que dejes escapar tu mente

cuando el cielo caiga hecho pedazos.

MORGANA

La hija de la Tarde salió

para matar a los hombres.

Acero fino de azúcar

y empuñadura de cobre.


Sus pasos eran tan negros

como su traje de caza

y el pelo rojo-prestado

por la espalda descansaba.


Al agonizar del día

sombras confusas se marchan.

Descosidas de su objeto,

a la madre Noche aguardan.


Tapa mis ojos cobardes

con una venda mojada

que mis temores refresque

para andar sobre las llamas.


Pasando aros de fuego

que en tu danza levantaste.

Pensando en regresar. Dudo

al ver que puedo alcanzarte...


... y no tocarte.

TRAS EL ÁRBOL

Contémplate en tu vida paralela,

en la cortina de agua del día.

La mano que no cogiste,

el beso que te robaron,

los verás.


Ayer paseaba con una extraña

y vi a mi yo ajeno real

escondido tras un árbol;

espiándonos celoso,

iracundo.


Pero su odio se transformó en risa

cuando, en mi pecho de holograma, ella

clavó su garra con ansia

y sacó una bolsa púrpura,

paralela.


Noté en el aire el dolor flotante

que me ahorraba, tras el árbol.

ACRÓPOLIS (SOMBRAS NOCTURNAS EN LA CIUDAD ALTA)

Una necesidad espontánea me impulsa

a escapar del cieno.

Sentí las alas doradas en mis hombros

desde muy pequeño.


Siempre buscando lo eterno.


Rompiendo las piedras

que tallé en mis ratos

sin saber que, con ellas,

se construyen los templos;


esos que yo nunca alcanzo.


Veo moverse a las estatuas allá abajo.

Pronto vendrán los pájaros

a llevarse mis ojos

y antes que de mí

sólo queden despojos

es hora ya de volver

a empujar la roca;


en este continuo no hacer

para huir de la nada. 

BLUES NOCTURNO PARA EL SOL ROJO

Como cada noche.

Toda la noche.


El desierto es mi santuario negro,

el recuerdo de un lugar que no he visto

crucificado en un cactus nocturno;

y ese ojo maligno creó la distancia.

Por menos de esto me llamaron loco.

Se erizan las púas de mi garganta,


como cada noche.


Recorrimos con el cuerpo sudado

los cuatro puntos cardinales que iban

tatuados en el músculo arenoso;

ignorando que no existen las metas,

saqueadas por los indios hace tiempo.

Con el sol besando nuestras espaldas


toda la noche. 

CAMINO DE LOS INDIOS

Un lugar cercano que desconozco

aplastado por mi dedo en el mapa;

en la línea que accede a las afueras,

con indios arrastrándose en la noche.


El cuerpo pintado de oscuridad

y una pluma de fragmentos de sol.


Parezco un imitador de chamanes

en un teatro completo de mí.


Las monedas: nubes de la mañana. 

ANOCHE

 Anoche la muerte pasó silbando,

transformada por momentos

en una mano enguantada

que tejía con sus dedos

las coronas de los semáforos.


Anoche se hundió un vagón de golpe

y vi tu rostro asomado

en la ventana verdosa

inundándose de mar,

contemplando la playa absorta.


Anoche el cielo se unió con la tierra;

la gente andaba entre nubes;

una ráfaga de luz

se fugó de las farolas

oculta tras una bufanda.


Anoche marqué el fin de mi existencia

con un círculo en la arena;

con amargura quizás;

acaso con ironía;

mientras llegaba la mañana.