miércoles, 4 de mayo de 2011

LA CASA CERRADA

HABITACIÓN UNO.

Todo comenzó
porque la rareza
es una vidriera
de colores plácidos
que al coger la llave
nadie me advirtió.
Y entré con la prisa
de los novios
en luna de miel
para, en el templo,
colocar mi imagen
y con los fragmentos
de luz en el suelo
regalar un dogma
al adolescente
que duerme en los cuerpos
de los jubilados.
Porque el triste don
es mi propio bálsamo,
yo te lo regalo.

HABITACIÓN DOS.

Fiebre viene a buscarme y la pared
de la habitación se llena de estrellas.
Pero no es más que una transparencia
que los materiales nobles que forman
el edificio capturan del cielo.
Vivir en una casa transparente
es regalar la llave a los ladrones.

HABITACIÓN TRES.

Pájaro que planeas con las alas
pringadas de fluido dorado,
te advierto del peligro
pero no me escucharás y serás
un cadáver más sobre mi azotea
cuando se ponga el sol.

HABITACIÓN CUATRO.

Aunque otra cosa podáis pensar
no todo, en la casa, es tristeza.
A veces, por las cañerías corre
anís
y la llama azul de la chimenea
tiñe del mismo color las paredes
para que, vista desde afuera, sea
un fabuloso ave tropical
de plumas
que sólo escriben en los corazones
de los que osan asomar sus rostros
a las ventanas.

HABITACIÓN CINCO.

El tic-tac del salón de los relojes,
peldaños de la escalera del tiempo.
Pequeños autómatas que disfrazan la realidad
de movimiento y sonidos agradables
que hacen olvidar a los humanos
la desolación de la calavera impenetrable,
el jugoso rescate que se cobra.

HABITACIÓN SEIS.

Observo trabajar a las hormigas
en uno de los muros de la casa,
en el escalón que da a la azotea.
Tirado en el suelo. Como una hoja.
Son elementos del mismo universo
su actividad y mi pasividad.

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