Esos tíos juegan a tocar como
si no supieran tocar.
Ensayando en los tejados.
Dando fuego al teclado de la noche,
madera y nácar que se infla y llora
y como un collar de humo
estrangula a la luna.
Que todos los poemas se improvisen
como si fuéramos analfabetos
que hacen como que escriben.
Unos trazos sueltos en la cuartilla
son los bigotes de un gato
o cuerdas de un instrumento
que acabamos de afinar con el alba
y que por el día se desafina
mientras dormimos cansados.
Así debería ser el poeta.
Otra vez toca esperar al crepúsculo.
El verano es un solo nocturno.
Pero esos tíos se lo pasan bien
practicando tuboflexia
en los almanaques de las persianas.
Nosotros improvisamos emblemas
en los lomos de las ratas que pasan.
Estudiamos la heráldica carnal
con la música que arde en el fondo,
como un pez en el vaso de licor
de los hombres divertidos,
de los colgados del jazz.
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