Caminaba con la escopeta al hombro sin que nada le perturbase
y el monte se abría ante él como una cúpula verde de misterio
y tan sólo un perro,
tan sólo,
compartía la dirección de sus huellas.
Y fue tragado por el olvido como tantos otros
para volver viejo y cansado tras veinte años.
Para contar su experiencia,
para contarla,
a gentes extrañas y sin imaginación.
Gentes que no suben al cerro de sus miedos
que es la nada vertical que a todos nos acecha
para darnos un abrazo,
o para darnos
un machetazo entre los hombros.
Con la frialdad de un estilete de piedra
despegando el musgo de las paredes del alma,
con los ojos clavados,
como ojos de fuego ardiendo en las espaldas.
Y la humanidad camina por un bosque talado
con un camino de albero que cicatriza en su vientre.
Mas yo prefiero estar,
lo prefiero,
con Rip y los serenos bebedores holandeses de su fiesta.
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