martes, 4 de enero de 2011

LA TERCERA ESTACIÓN

El arcoiris que forma la tarde

antes de desintegrarse

es como una televisión muerta.

El estaño fundido deja paso,

como en un orden pactado,

a las primeras luces enlatadas

que también serán las últimas.


Gatos de naturaleza cambiante

se filtran por la persiana

y miran con ojos amenazantes,

como si hubieran estado encerrados

en un infierno de siglos

o en una botella en el desierto

durante mil y una noches.


La tercera estación de la jornada

se va por el horizonte.

El enorme melocotón ardiente

se va apagando en su propio almíbar.

Me dedico a absorber

el líquido amniótico donde flotan

extraños cuerpos alados.

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