lunes, 22 de noviembre de 2010
lunes, 15 de noviembre de 2010
viernes, 12 de noviembre de 2010
Ciudad dormitorio
Hoy he andado mil kilómetros
sin encontrar el mar.
Largas, iguales, las calles.
Dibujando una tragedia
de geometría verde
que corona su cabeza
con piscinas rotas.
He robado el movimiento.
Sólo quedan los espejos.
De mi bolsillo cuelga
un llavero de olas
que los pájaros miran
con aire soñoliento.
¿Es el viento?.
Sí, el viento.
Que adorna su cabello
con caracolas blancas
que adoptan formas
de algodón albiceleste;
trayéndome el olor,
la humedad y el salitre
de un ancho océano
que me ahoga con tu ausencia.
Es la hora del fin del baño
en la tarde del fin del mundo,
en la que el asfalto susurra
(al oído del que regresa)
canciones de cuna
para continuar el sueño,
¡no sea que se despierten
con el agua quieta!;
y los sonámbulos flotan
hacia el umbral de sus casas
acompañados de un sonido
de enjambre domado,
sin ganas de perseguir
al ladrón de sus pasos
que levanta mil kilómetros
con los movimientos robados
para abrir entre los setos
de aguijones sin punta
una ruta hacia el mar,
lejos de la siesta.
LLuvia para los cuerpos
Hoy que la lluvia cae como cuchillos,
trazando sendas frías en la piel
de los que salen para escapar,
la ciudad es más tropical que nunca
con su playa muerta en ninguna parte.
Debe ser este silencio goteante,
este océano de esencia colgante
que resbala por las paredes blancas
o por los flequillos de las palmeras,
el que me trae la paz en este sábado.
Sábado-tarde. Las calles vacías
con su sonrisa recién cepillada
como en un anuncio adoquinado,
con sus cejas de seto recortadas.
No espero una llamada para mí.
Las urbanizaciones duermen. Las veo.
Te veo a ti en un recuerdo imposible,
como si quisiera meter las páginas
azules en el libro de las grises
que contiene muestras de mi memoria
. Estas hojas me siguen adonde voy.
Se pegan a las plantas de mis pies.
Algunas se sueltan y como perros
van corriendo persiguiendo a los coches.
Pero, ¿adónde me llevan mis pasos?.
Hace mucho que dejé de obligarme
a buscar un camino en mis pisadas,
un punto cardinal en los guijarros.
Hoy todo es un deambular sin sentido,
como pompas de aire que el agua arrastra.
Veo los cuerpos nutrirse en silencio.
Son unos pocos anfibios que andan
como yo - verdes, curvados y húmedos,
en tardes en las que el mundo se acaba
para los que ven la tele en sus casas.
Las playas de Tercia
Yo busco costas de concha,
costras de sal tierra adentro.
Pero no las encuentro.
Navegando a la deriva,
divisé en estas playas
el atolón triunfante
en la curva de un instante.
Este poema que escribo
ya lo descubrieron otros,
como ondas repitiéndose,
como peces ahogándose.
Es como un beso blanco
de pan sin levadura
articulado de niebla,
chepudo en vertical
y de palmas de sueño cubierta.
Su arena formada
por huesos triturados,
por el aire y el agua
de la mar sagrada.
La cresta de sus olas
es como de humo helado,
cumbre que ahoga
el bostezo celeste.
Oí las risas de muerte
de los escualos
y vi la sangre de las gaviotas
pintando el poniente.
Aquí perderé el habla un día de éstos
retirada por siempre mi razón,
naúfraga consentida,
criatura voluble,
caníbal solitario, por fin,
devorando sus costas.
Bungalow
Descubridor de islas hoy me siento.
Descubridor o mero observador.
Ambas cosas igual mérito tienen.
Trabajo manual inacabado:
el cielo.
Algodón rojo sobre papel negro.
No existe la luna por esta noche.
Solo, el río se maquilla en silencio
teniendo como espejo las alturas,
como un simpático payaso acuático,
y sus aguas se transforman en vino.
La sed llama a los que no tienen sueño
al Bungalow.
Temo repetirme en el ejercicio
de expresar los recuerdos, como otros.
De desgranar todas mis sensaciones
con las manos de la inmensa rutina
de la que estamos hechos los idiotas.
De contemplar las caídas de otros
con la tensión de los que los preceden.
La noche: negra, roja, ocre...
Sombras malditas. Vapor que cabalga
hacia el cielo ausente que lo acoge.
Una fábrica de cemento eterno
muestra sus garras de licor de nicho
al Bungalow.
Cuando yo llegue, todo habrá empezado.
También seré el último en marcharme,
pero el primero en emborracharme.
Me vuelvo a las manos que choco y miro:
bosque de dedos son, entrelazadas.
En retazos creo verte un instante
como los cristales sobre las tapias,
agudos y fríos para cortarme.
Tú llegaste con tu belleza extraña.
Vestida de muerta, tu piel reseca,
escamas echadas sobre el dolor,
saliendo por los juncos de la orilla
al Bungalow.
Llegó líquida la hora de irse
atrapados en cortinas de agua.
Tú ya no estabas cuando me repuse,
así que volví al camino naranja
para evitar el camino de barro.
¿Será cierto que el cielo puede caer?.
Me cubro con las manos la cabeza.
Maldigo al dios que hizo este día.
El árbol-kiosco apaga sus hojas.
Salvajes de gris hieren al río.
Antes de que llegue el frío del alba
se borrarán las risas ofrendadas
al Bungalow.
Abierto hasta el amanecer
La barriada es una casa en fiestas
sin gente sumergida en un pantano
cuando recibe a la noche encendida.
Andas por sus pasillos adornados
con plantas que te parecen acuáticas
y subes escaleras que te llevan
a azoteas donde se pierde el sueño.
Estas horas son los peces dorados
de los estanques de un parque en sombra.
Besan con sus bocas las piedras verdes
cada vez más débilmente hasta el alba.
Sabes que tu corazón no es la llave,
que tu propïedad no es eterna
y que tus pies no acotan los espacios.
Esas motos que pasan te lo advierten
cuando muerden como escualos tus oídos
y con la misma rapidez se ocultan
bordeando el coral de las rotondas.
Pero hay algo aquí que no encaja.
El rumor nocturno de la ciudad
es como un murciélago transparente.
Esta sitüación te sobrepasa.
Esa fauna salvaje que observas
no puede contenerse en un prisma,
no en un cerco líquido tierra adentro.
El agua negra borra tus sentidos
y ante la confusión se te presenta
una oportunidad para morir
al vaivén melódico suburbano.
Tras conocer tu error caminas rápido
por las galerías del edificio,
que se alzan como una trampa romana
de historias que un día leíste
de banquetes desiertos y hombres-lobo.
Pasadizos que guardan en su vientre,
más allá de las antorchas y viandas,
bajo el asfalto como un espejo
donde se admiran los labios en polvo,
un telón de cuchillos con tu nombre.
Pero no deja de tener encanto
este peligro húmedo que pisas
en las lúgubres bodegas del miedo.
Es cierto que no has visto a las vampiras
maestras de la danza de la serpiente
cuya sola mirada paraliza
al desdichado que osa indagar
en sus secretos ocultos por siglos.
Pero es tu realidad la que se impone,
la que observas, la que estás palpando.
Más sangrante que una mala película,
más que todos sus actores ridículos.
Y cuando llegas a la boya entiendes
que estabas en un mar sin darte cuenta.
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