Como he dicho antes, las bolas de Navidad despertaron una semana antes de Nochebuena, porque las bolas de Navidad duermen durante todo el año y sólo despiertan cuando llega esta época. Saben que en cualquier momento alguien va a abrir la caja de cartón donde están para colgarlas en el árbol y por eso se ponen nerviosas, saltan, ríen, se chocan entre ellas... Pero estas bolas de las que hablo hacía años que no reían ni despertaban con ilusión por la llegada de la Navidad. Eran bolas grandes, viejas, y ya no se utilizaban en el árbol. Sus dueños habían comprado otros adornos de ésos que antes os he dicho y ya sólo las sacaban para pegarlas con cinta adhesiva en las paredes, ventanas, puertas..., ya no era como antes. Por todo esto ya no se despertaban con ilusión, alegres, nerviosas, ni chocaban entre ellas sino todo lo contrario. Cuando se acercaba la Nochebuena pensaban que sus dueños iban a abrir la caja para tirarlas a la basura y eso les daba miedo, y también pena. Durante mucho tiempo habían alegrado la casa. ¿Por qué querían ahora deshacerse de ellas?, se preguntaban, y miraban con desconfianza y envidia a los nuevos adornos que lucían en el árbol, desde las paredes, cristales o cualquier rincón donde estuviesen colgadas.
Pero aquel año era diferente. La semana iba pasando y las bolas seguían, despiertas y miedosas, encerradas en la caja. Nadie abría para mirar y cada vez estaban más inquietas. Entonces la bola rosa, que era muy lista, tuvo una idea:
Podemos usar nuestros poderes para saber si hay otras bolas como nosotras en las otras casas de la ciudad, si sus dueños también se han olvidado de ellas. Así si nos reunimos, tal vez se nos ocurra algo".
"Sííí", -dijeron todas, y chocaron felices. Porque esto es algo que antes no os he contado: las bolas tienen poderes. Si se concentran mucho pueden averiguar con el pensamiento dónde hay bolas como ellas y comunicarse sin palabras. No importa la distancia. El lenguaje de las bolas no es reconocido por el oído humano, por eso no las podemos escuchar.
Todas aplaudieron la idea de la bola rosa pero eran muy perezosas y para poder usar los poderes había que esforzarse mucho. Todas acordaron que fuera la bola rosa la que lo hiciera y ésta accedió. La bola rosa se colocó en el centro de la caja y empezó a temblar y a sudar purpurina, y notó que en la ciudad había un montón de casas en las que todavía había guardadas cajas que contenían bolas como ellas, solas, abandonadas. Algunas le hablaban desde un cubo de basura, otras iban camino del mismo montadas en un recogedor y chillando de terror. Aquello era como la radio. Todas las bolas hablaban a la vez y a la bola rosa empezó a dolerle todo por el ruido que recibía: " ¡a nosotras no nos quieren!", "¡a nosotras ya no nos cuelgan ni de la pared!", "¡socorro!", "¡salvadnos!"... Eso era lo que escuchaba la bola rosa y eso fue lo que comunicó a sus compañeras. "¡Estamos perdidas!", dijeron, y todas empezaron a temblar.
Los días de esa semana pasaron como meses, como años; no, como siglos. Todas lo tenían claro. Los dueños iban a deshacerse de ellas. Su tiempo había acabado.
"Esta claro", dijo la bola verde.
"Nunca suelen tardar tanto en decorar el árbol y la casa", dijo la bola azul.
"Ya debería estar la caja abierta y nosotras colgando por las paredes", dijo la bola amarilla.
"Tal vez no nos coloquen o se olviden, pero eso no significa que se deshagan inmediatamente de nosotras. Pueden pasar los meses y entonces habrá pasado la Navidad y lo que nos suceda nos cogerá dormidas", dijo la bola rosa, que además de lista era muy optimista. "Al menos habremos disfrutado de un buen sueño".
"Vamos a ir al cubo de la basura directamente", dijo la bola negra, que en realidad no era de ese color sino plateada, pero como estaban a oscuras lo parecía, y lo veía todo negro. Y esperaron.
No supieron cuánto tiempo había pasado (las bolas de Navidad son muy malas calculando el tiempo y tampoco llevan reloj) cuando oyeron pasos apresurados y la voz de un niño:
"¿Estaban aquí, papá?".
"¡Espera, Daniel!. ¡No me revuelvas el cuarto de los trastos!", dijo una voz femenina.
"¡Déjalo, mujer!. ¡Yo lo hago!. ¡Descansa!", contestó un hombre. Y la caja se abrió.
Las bolas vieron la cara del hombre que todas las navidades las sacaba para decorar la casa. Estaba un poco más viejo, pero era el mismo.
"¡Coge algunas, Daniel!. ¡Yo no puedo con todas!". El hombre cogió algunas bolas y se fue. Al instante asomó la cara del niño que habían visto otros años. Había crecido un poco y tenía la cara algo cambiada, pero lo reconocieron. Cogió unas cuantas y preguntó: "Papá, ¿me llevo la caja?". El hombre no contestó y el niño salió corriendo. En la caja quedaron la bola negra, que ahora volvía a ser plateada, y la rosa.
"Esto es el fin", decía la plateada.
"¡Ha sido un placer conocerte, hermana!", decía la rosa, que ya no dudaba de su destino.
Daniel volvió y las cogió. Fueron pasando en las manos del niño por diferentes habitaciones de la casa pero vieron que no iban hacia el salón, que era donde siempre acababan colgadas, ni tampoco hacia la puerta de la calle. Pasaron por el pasillo en dirección contraria a la que conocían y llegaron a un lugar que nunca antes habían visto. Era un cuarto pequeño y acogedor. La mujer que habían escuchado estaba allí sentada en una silla. Estaba algo cambiada físicamente desde la última vez. Algo más vieja, como el hombre, pero muy pálida y ojerosa, como si estuviera cansada. Tenía un brazo apoyado en el borde de una cuna y un bebé que nunca antes habían visto dormía en ella. El hombre estaba agachado al lado, y se volvió al niño pidiéndole las dos últimas bolas que traía. Los barrotes de la cuna estaban decorados con las restantes bolas de Navidad. En todas ellas se reflejaba la cara del bebé.
La rosa y la plateada sonrieron antes de ser colocadas con las demás. Ahora comprendían la tardanza de sus dueños en sacarlas. Habían estado muy atareados aquellos días. Esa Navidad iba a ser especial.