Llegaron al amanecer, como los fantasmas familiares que se nos aparecen en el cuarto de baño con la primera meada del día cuando el sol todavía no ha salido. Un Seat Toledo gris, cuatro figuras espectrales encapuchadas envueltas en túnicas blancas, una escalera para saltar el muro, unas tenazas para cortar el alambre, el factor sorpresa que brindan los minutos previos al crepúsculo matinal y su efecto narcotizante en los vigilantes de seguridad privada que esperan ansiosos el cambio de turno para volver a casa; por supuesto los cuchillos-sables de cincuenta centímetros de longitud para la “ceremonia de purificación”, el plan hábilmente urdido en una urbanización de lujo por el Jefe Supremo un año antes, la fe ciega y el apoyo incondicional (rozando el fanatismo) de sus discípulos… Y no podemos olvidar el tablero de juego donde se iba a disputar la partida: aquella mediática casa situada en la sierra.
Las cámaras captaron a las extrañas figuras atravesando el jardín como una procesión. El efecto de la, todavía, oscuridad y los focos de luz instalados en la casa provocaban la ilusión óptica de que aquellos seres extraños y encorbados no apoyaban los pies en el césped al andar sino que rodaban sobre él. Su rapidez de movimientos era extraordinaria y tal vez las personas que estaban a cargo de la realización del programa pensaron que la falta de sueño les hacía ver visiones. “¿Cómo podía ser?”, pensaban. “El personal de seguridad los habría detectado”. Pero el personal de seguridad esperaba lo mismo de las personas a cargo de las cámaras y los realizadores en ese endiablado círculo de reparto de culpas que se establece en una organización más o menos amplia cuando todos son conscientes de que la han cagado y nadie quiere reconocerlo. “Se nos han colado hasta la cocina”, dirían posteriormente en privado. Pero no, no pasaron primero por la cocina. Sabían lo que hacían. Tiraron para el gimnasio donde Ángel, el macho alfa de la casa, el único capaz de presentar alguna resistencia por sus conocimientos de artes marciales y su desarrollada musculatura, amén de su marcada tendencia a zurrar más de la cuenta, se encontraba relajado en el jacuzzi tras haber realizado su sesión diaria de ejercicios matinales. Un tajo en el cuello tiñó el agua de sangre y se puso fin a una brillante carrera de semental televisivo, además de aliviar la carga de trabajo de la Justicia por un juicio pendiente por maltratar a su ex esposa.
Una vez eliminado todo fue sobre ruedas. Los otros tres concursantes eran presa fácil. Susana, compañera de “edredoning” del ya difunto Ángel, fue acribillada a cuchilladas en la cocina mientras engullía el primer yogurt desnatado con biobífidus del día, elemento indispensable (según ella) en su dieta de pajarito para conservar su belleza. Dicho yogurt había sido el principal protagonista de algunos de los mejores momentos del programa, al ser motivo principal de las discusiones de Susana con el resto de compañeros por pensar los demás que era un despilfarro. “A mí me suda el chocho”, decía la muy puta, con su horrorosa voz nasal de rubia teñida de extrarradio. Las “lenguas de metal sagradas” hablaron y Susana ya no sería portada de Interviú unos meses después, como pensaba. Saldría al día siguiente en las páginas de sucesos de los principales diarios del país.
El resto fueron daños colaterales, que dirían los yankis. Martín y Nuria, pareja que se había conocido en la casa. El pobre cateto Martín, pastor de ovejas, al que tal vez el aburrimiento en su pueblo natal o una bravuconada etílica de solterón sin peligro en las últimas fiestas ante sus paisanos, le habían llevado a presentarse al casting para entrar allí; “pá conohé la hiudá” como decía el infeliz, y todos se reían más de él que con él cuando lo decía en riguroso directo. Nuria, licenciada en Historia por la Universidad de Sevilla y parada de larga duración, que encontró en Martín la amistad y el amor sinceros que nunca halló en sus compañeros de carrera, de instituto, de colegio, de guardería, de barrio o de generación en general, en una vida enterrada en libros que injustamente la había conducido al abismo del paro y la desesperación. Una chica tímida con un expediente académico de matrícula de honor. Ambos murieron con una sonrisa mientras dormían abrazados, ni se enteraron. Ya lo dijeron los colaboradores de la tertulia de la semana siguiente a estos desgraciados hechos, líder de audiencia por cierto, cuando retiraron todos los cadáveres de la casa (incluidos los de los cuatro asaltantes de la misma -dos hombres y dos mujeres- que se suicidaron en un último acto litúrgico), cuando ya la policía nacional detuvo al Jefe Supremo y se descubrió el plan.
Yo, Leandro Guzmán , estaba de reserva para entrar en la casa sustituyendo a la insoportable y ya difunta Susana, cuya futura y esperada expulsión se veía venir.
Participé en la tertulia postmatanza leyendo una emotiva nota de homenaje que preparé para la ocasión para unas personas que nunca conocí personalmente y con las que ni siquiera hablé o ni siquiera vi. Todo el mundo me aplaudió. Gracias a eso hoy presento un programa estafa- idiotas a altas horas de la madrugada que genera bastante dinero. “Animal con cuernos que embiste de cuatro letras, empieza por T y termina en O. ¡Venga, que es muy fácil y hay mucho dinero en juegoooo…!”.Hay noches en las que cuando me llevan a los estudios de televisión, me siento como un superviviente del Titanic.